Friday, July 31, 2009

Mi pueblo, ¿destino turístico?




Después de cinco años de no ir a Colombia, volví a mi casa con el propósito estricto de pasar el mayor tiempo posible con mi familia. Mi viaje no incluía paquetes turísticos, fiestas con amigos, o escapadas de fin de semana a algún paraje popular.
Sin embargo, mi papá me dio la bienvenida con una invitación para visitar nuestro pueblo natal. Él viaja regularmente a Abejorral, un municipio localizado en el suroriente antioqueño, en medio de las montañas de la Cordillera Occidental de Colombia.
Aunque lo único que me une a este lugar son un manojo de familiares y escasos recuerdos de infancia, decidí emprender la travesía con la mirada del turista, tal como si nunca hubiera visto aquellos parajes.
Durante las dos horas de viaje desde Medellín, los campesinos de la región se robaron mi atención con sus cultivos de maíz, fríjol, repollo, mora y hasta tomate de árbol. Cuando las colinas no están cubiertas de flores o de vegetales, vacas y terneros rumian lentamente mientras esperan con mansedumbre la hora del ordeño.
A medio camino, después de atravesar el municipio de La Ceja, las sinuosas colinas se convierten en empinadas montañas que dejan entrever caminos de herradura y pequeñas casas coloridas, en ocasiones rodeadas de ropa secándose al sol.
A lo lejos, una estatua de Cristo Resucitado anuncia la llegada al pueblo, del cual se ven sólo los tejados ennegrecidos y las torres de la iglesia. De pronto, una hilerita de casas, una vieja estación de gasolina y el cementerio anuncian la llegada al casco urbano.
La empinada Calle Real es el camino directo a la plaza principal del pueblo. Allí, durante sus 205 años de existencia, los hijos de Abejorral han hecho historia.
La iglesia, que sigue en pie a pesar de haber sufrido los embates de un terremoto y más de un incendio, es el principal foco de atracción de la plaza, en la cual también se encuentran el palacio municipal, la estación de policía y decenas de restaurantes, cafeterías y tabernas. En el centro, centenarios árboles protegen con su sombra la esporádica siesta que palomas y ancianos toman en las bancas. Cuatro senderos convergen en la fuente, en medio de la cual se erige un alegre discípulo de Baco.
Sin embargo, la belleza del pueblo no se encuentra en los edificios públicos, sino en los privados. Decenas de casas, construidas en el siglo XIX, han sido catalogadas como Patrimonio Cultural por su valor arquitectónico. Para apreciarlas de cerca, solo basta caminar por la Calle del Comercio, donde los coloridos balcones, portones y zaguanes esperan su turno para ser fotografiados.
Si sigue caminando por las principales calles del pueblo, sin duda verá algún sonriente anciano sentado en un portón; graneros de antaño con venta de helados caseros y pasteles de arequipe; un par de mulas cargando café, y hasta gallinas entrando a la sala de una casa. Este lugar tiene una manera peculiar de encantar a sus visitantes.
Pero los atractivos de Abejorral no se encuentran solamente en sus calles empinadas. Con 60 veredas en sus fronteras, la verdadera riqueza del municipio está en sus campesinos y en sus accidentes geográficos. Ríos, cascadas, montañas y caminos de herradura esperan la llegada de turistas aventureros. Varias fincas se han convertido en hostales, que ofrecen una alternativa segura para explorar el territorio.
Siguiendo el consejo de mis familiares, terminé mi travesía en el bañador Los Chorritos, un riachuelo que forma varias piscinas en su descenso por la montaña. La belleza de las cosas está en la actitud de quien las mira. Durante un par de días, mi pueblo natal se convirtió en un destino turístico sin par.