Monday, July 20, 2020

La ciudad que se resiste a desaparecer

   Amsterdam. La ciudad que perdura bajo el nivel del mar y también en el corazón de los que la visitan. Ciudad de turistas y orgullo de los neerlandeses. La que enfrentó con valentía tres cruces que la azotaron en épocas medievales: la peste negra, el fuego en sus casas de madera y el riesgo de las inundaciones.


La ciudad de los canales concéntricos, de los puentes levadizos, de las fachadas de ladrillo inclinadas que encierran hoteles inolvidables, galerías de arte, boutiques, tiendas de quesos gouda, de galletas stroopwafel, de piercings y de marihuana. 

La ciudad de la casa de Anne Frank y la de Rembrandt, la de los cien museos, la que recibe tanto a los admiradores de Van Gogh en su museo de cuatro pisos como a los amantes de Vermeer y Rembrandt en el Rijksmuseum. La que tiene un modelo en tamaño natural de la pintura El vigilante nocturno, en la Plaza Rembrandt, y una escultura de Picasso en el popular parque Vondelpark. La que tiene una sede del museo Hermitage, el segundo más grande del mundo, a orillas del río Amstel.


   La ciudad de las cuatro iglesias: la vieja, Oude Kerk, construida en el siglo XIII; la nueva, Nieuwe Kerk, donde se lleva a cabo la coronación de los reyes neerlandeses; la del oeste, Wester Kerk, cuya campana acompañó a Ana Frank durante muchas noches de encierro,  y la del este, Oosterkerk, que es hoy en día una sala de conciertos. 
La ciudad helada en el invierno y tibia en el verano. La del imponente palacio real y su plaza Dam, que atrae a los turistas con la vista del palacio, el memorial a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial y las innumerables tiendas de souvenirs. La ciudad de la casa de la pesa, del barrio Jordaan y, sí, también la ciudad del famoso barrio rojo. 

   La de contrastes arquitectónicos, cuya sínteis es la Estación Central, construida en una isla artificial sobre el IJ —el agua de la antigua bahía de la ciudad—. De cara al centro, un ostentoso edificio de estilo neogótico holandés, finalizado en el siglo diecinueve. De cara al IJ, una construcción moderna, que incluye centro comercial, estación de buses y también la parada del ferry que conecta el centro con el norte de la capital. 



La ciudad cuyos canales exhiben esas construcciones de dos, tres y cuatro siglos de antiguedad con fachadas pintorescas, decoradas en estilo de escalera, campana, punta, marco y embudo. Todas con su gancho en la punta y un ventanal grande, por el cual se recibía la mercancía en el pasado, y que hoy sigue siendo el lugar de acceso de muebles y objetos grandes. 

Amsterdam es también la ciudad del centenario salón de conciertos Royal Concertgebouw y de su Orquesta Sinfónica Real, una de las mejores del mundo; de Stopera, un complejo de edificios que es a la vez casa de la ópera, del ballet y del gobierno local; del eye film museum, esa maniobra arquitectónica que aloja el museo de cine y uno de los cafés más escénicos de cara al agua. 





La ciudad del Amsterdam Hilton, el hotel en el que John Lennon y Yoko Ohno se encerraron desnudos durante varios días y, también el lugar donde Hazel y Augustus, los protagonistas del libro juvenil Bajo la misma estrella, empiezan su larga despedida.

La ciudad perfecta para caminar, para perderse, para soñar… y también para deleitarse con una torta de manzana, un té de menta, o hasta con un arenque con cebollas de un puesto callejero. Tal vez por eso se resiste a desaparecer.