Este modelo particular fue hecho por
mi hermano, un médico apasionado por el cine, el origami y la naturaleza. Después
pasar incontables horas descifrando el método de plegado, se embarcó en el
proyecto de hacer una bola más grande, que pudiera colgarse como una lámpara o mantenerse
en pie, como una escultura de papel.
Quienes se han lanzado a seguir instrucciones
de origami, ya sea de libros o de los millones de videos en internet, comprenden
el reto que presenta. No solo se debe comprender el lenguaje propio de la
papiroflexia, sino que se requiere precisión, una gran dosis de paciencia,
perseverancia y disciplina. Como si esto fuera poco, hay que conocer las
propiedades del papel y así usar el material preciso para la pieza adecuada.
Para hacer esta escultura, Ricardo usó varios pliegos de papel, que dobló poco a poco en sus contadas horas libres. Su plan era hacer una lámpara, pero el papel resultó ser más frágil de lo planeado. Sin embargo, resultó ser una hermosa escultura de origami, que puede exhibirse de incontables maneras. Durante las fiestas de fin de año, la bola mágica estuvo exhibida en la casa de mi papá. Como era de esperarse, mi hermano recibió halagos y cumplidos por la calidad de su trabajo.
Después de varias conversaciones
sobre el futuro de la bola mágica, y en un acto de desprendimiento y de amor,
mi hermano me regaló su obra de arte. Sin dudarlo, yo prometí que la exhibiría
con orgullo en un lugar prominente de mi hogar.
Con gran cuidado y precisión, mi
hermano plegó su delicada escultura, pues debía recorrer los 37000 kilómetros
de distancia que hay entre su casa y la mía. Al no encontrar un empaque lo
suficientemente resistente, decidimos que la única manera de transportar la esfera
con seguridad sería llevarla en mis manos, junto con mi equipaje de mano.
Después de sortear con éxito las
requisas de seguridad, las salas de espera y las multitudes que regresaban a su
casa después de las fiestas navideñas, la esfera y yo completamos con éxito dos
de los tres vuelos que hacían parte de nuestro itinerario. Sin embargo, en el
afán de llenar los papeles de la aduana, de reencontrarme con mi mamá, y de
usar mi pasaporte americano por primera vez, cometí la ligereza de no fijarme y
dejé la esfera en el avión.
Me di cuenta de mi error demasiado
tarde. Según el personal de la aerolínea, ya habían limpiado el avión y no
habían reportado objetos recuperados. A pesar de describir el objeto con
detalle y el valor que para mí tenía, ni los empleados de seguridad, ni los
encargados de las maletas, ni los representantes de servicio al cliente me
ayudaron a recuperar la bola mágica de origami que mi hermano me regaló.
Todavía me duele el corazón al
recordarlo. Ni siquiera he tenido el valor de contarle a Ricardo lo que pasó,
pero pienso que lo sospecha, pues no me ha preguntado por su invaluable obra de
arte. No me puedo perdonar que haya olvidado mi regalo en el asiento del avión.
Infructuosamente he hecho dos reportes de objetos perdidos por internet, pero
sé que las posibilidades de recuperarla son escasas.
Solo me queda el consuelo de saber
que mi hermano tiene la habilidad de recrear esta obra y muchas más, y que
estas fotografías siempre hablarán de su entusiasmo ilimitado por crear arte con
papel.