Durante los últimos 10 años he
vivido en el limbo del exilio voluntario. Como los cientos de millones de personas
que viven fuera de su país, tengo los pies en un lugar, pero la mente y el
corazón en otro muy diferente. Aunque con los años me he aclimatado al nuevo
hogar, mi alma sigue arraigada al lugar donde crecí.
Durante los primeros años de exilio,
la estrofa de Facundo Cabral parecía escrita especialmente para mí: ‘no soy de
aquí ni soy de allá’. Mientras acá cultivaba con esfuerzo un puñado de amistades,
otros amores seguían cautivando mi interés: la familia, los amigos, las
tradiciones, y las noticias públicas y privadas de quienes hasta ahora habían
hecho parte de mi vida.
Como si la soledad y el desarraigo
no fueran suficientes, a la vez que venzo la nostalgia me he tenido que armar de
valor para enfrentar los obstáculos de la legalidad. Cada paso en el proceso de
inmigración me ha llenado de temores y dudas: hoy pertenezco, pero tal vez
mañana no. Los permisos de trabajo, los carnés de residencia y las
posibilidades de deportación se han llevado centenares de horas de tranquilidad.
Sin embargo el tiempo y la
distancia, antídotos infalibles para superar hasta las pérdidas más dolorosas,
han conseguido que poco a poco mi cuerpo y mi mente vuelvan a ser uno, aquí y
ahora. Sin olvidar que quienes amo están allá, reconozco que los
acontecimientos públicos de mi país no me afectan de la manera que lo hacen los
de acá. Si al comienzo me concentraba en las noticias de allá, ahora consumo el
tiempo comprendiendo los orígenes y las consecuencias de lo que ocurre acá.
Afortunadamente, para muchos como
yo, la situación empieza a cambiar. Desde hace poco, noto que he dejado de
sobrevivir para dedicarme a empezar a vivir. Luego de pasar años asimilando mi
nuevo entorno, he empezado a creer que acá también puedo lograr los sueños que
una vez dejé junto con todo aquello que entonces hacía parte de mi vida.
Todavía soy de allá. Todavía cuento
los días para ver y para abrazar a los que quiero. Para felicitar a algunos y
para dar condolencias a otros; para tener un encuentro más con aquello que
tanto quiero. Pero reconozco que también soy de acá. No solo por el trabajo,
por los nuevos amigos y por las cosas que ahora tengo, sino porque hago parte
de la vida de otros y muchos otros hacen ahora parte de mi vida.
Después de 10 años de vivir en el
exilio, he obtenido la ciudadanía de mi nuevo país. Esta tierra no solo me
aceptó como un miembro de su sociedad, sino que en el camino me enseñó
templanza, fortaleza y persistencia. Después de 10 años de luchar contra una
profunda falta de identidad, puedo decir orgullosamente que soy de aquí y soy
de allá.
No comments:
Post a Comment